La pareja, formar o no una pareja, cómo nos funciona la relación de pareja, cómo encontrar pareja… Todo ello supone una de las grandes preocupaciones para muchas personas en nuestra sociedad. Sin embargo, y por mucho que pueda sorprender, el ideal del amor en pareja es muy reciente: históricamente, los vínculos matrimoniales eran concertados por planteamientos económicos, políticos, sociales (y, de hecho, en muchas partes del mundo sigue funcionando así).
En todo caso, en el mundo occidental, la aspiración de encontrar la pareja ‘perfecta’ está muy extendida a nivel ideológico, como se puede comprobar con las innumerables películas, canciones, etc. que giran en torno al mito del amor romántico (“sin ti no soy nada”, dice, por ejemplo, la letra de una conocida composición musical).
Desde luego, no hay nada cuestionable en el hecho de que alguien ponga como una de sus aspiraciones vitales crear una relación de pareja que funcione; de hecho, Freud afirmaba, aunque no se refería solamente a la pareja, que “uno tiene que empezar a amar para no caer enfermo”. Pero es necesario que se tengan en cuenta distintos aspectos, muy contemporáneos, en relación a este asunto.
En primer lugar, y recogiendo las aportaciones del filósofo y sociólogo Zygmunt Bauman, debemos reflexionar sobre el hecho de que nos encontramos en un momento histórico donde las relaciones personales son más frágiles. Bauman hablaba de la “sociedad líquida”, una sociedad en constante mutación y que, en consecuencia, crea relaciones personales menos consistentes, menos comprometidas, más volátiles. Y las relaciones de pareja no son inmunes a este escenario (muchas personas, por ejemplo, rompen con su pareja ante la primera dificultad y en seguida se lanzan al ‘mercado’ de oportunidades que ofrecen las aplicaciones actuales a encontrar a su nueva ‘media naranja’).
Además, es muy común que se confunda (y en ese sentido las películas y las canciones citadas anteriormente tienen bastante responsabilidad) el enamoramiento con el amor. El primero tiene que ver con la fase de ‘locura transitoria’ que se produce al conocer a alguien y atribuirle todas las perfecciones posibles, al comienzo de una relación. Pero, tras la idílica fase inicial, aparece el otro o la otra como realmente es, y es a partir de entonces que se debe trabajar para construir la relación de pareja; es decir, ver cómo es esa persona, descubrir cómo piensa, cómo siente, qué ideología tiene, qué me gusta de ella y qué no... En última instancia, conocer su historia y, desde ahí, plantearse si es plausible que ese vínculo, con sus pros y contras, siga adelante.
Y, por otro lado, es fundamental tener en cuenta que, en la elección de pareja, siempre habrá razones inconscientes, más allá de las racionalizaciones que podamos hacernos de por qué hemos ‘conectado’ con alguien. Se trata de un tema muy amplio, aunque en lo esencial hay dos tipos de elección de objeto amoroso inconscientes. En primer lugar, el anaclítico o de apuntalamiento, que tiene que ver con escoger a una persona que nos remita a la madre que nos alimentó o al padre que nos protegió (como figuras prototípicas); en segundo lugar, el tipo narcisista, que responde al hecho de elegir una pareja que se asemeje a nosotros, o que tenga algún rasgo que uno ha tenido o que le gustaría tener (por ejemplo, alguien que desea ser escritor, pero no lo es, acaba con una pareja que se dedica a la literatura).
[Extracto del texto que sirvió de apoyo a la charla-coloquio, con el mismo título, del 3 de febrero de 2021 en el Centre Cívic Can Deu de Barcelona]
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