“Esta persona es muy obsesiva”, podemos decir de alguien que repite una y otra vez la misma acción o que se pasa el día dudando. También nos encontramos con sintomatologías histéricas (por ejemplo, somatizaciones) o fóbicas (miedo a volar, miedo a las multitudes, a las alturas y un largo etcétera).
En todos los casos descritos arriba, se produce un mismo patrón: no hay explicación lógica del por qué ese hombre o esa mujer sufre esos síntomas. Sin embargo, los padece. De ahí que las preguntas que surgen son obvias: ¿estos síntomas neuróticos tienen un sentido? Y, si es así, ¿qué sentido tienen? En relación a la primera cuestión, la respuesta es clara: sí, los síntomas tienen un sentido. En cambio, para responder a la segunda pregunta tendremos que hacer una pequeña excursión.
Cada síntoma, ya sea obsesivo, histérico o fóbico, responde a la especificidad de la persona que lo arrastra, y tiene un origen y una explicación distinta para cada individuo (el miedo a los perros, por ejemplo, no tiene una misma razón para todos aquellos que lo sufren). Sin embargo, lo que es común a la gran mayoría de ellos es que anidan en nuestro inconsciente. El psiquismo humano está conformado, a grandes rasgos, por tres instancias: el consciente, el preconsciente y el inconsciente. De las dos primeras tenemos o podemos tener conocimiento bastante inmediato, y las podemos gobernar en gran medida; pero con el inconsciente sucede algo totalmente distinto.
El inconsciente es el lugar donde ‘alojamos’ aquellos pensamientos o deseos (por ejemplo, los impulsos eróticos o agresivos) con los que no estamos de acuerdo, que no toleramos de nosotros mismos (¿acaso hay alguien que está de acuerdo con todo lo que se le pasa por la cabeza?). Es decir, reprimimos nuestra parte que nos parece más inmoral, que está en contra de nuestra ideología, educación, creencias... y acabamos no reconociéndola como propia. Pero reprimir no quiere decir que eso que hemos apartado de nuestra consciencia haya desaparecido de nuestra psique: se manifiesta, de manera encubierta, a través de síntomas aparentemente inexplicables.
Pongamos un par de ejemplos (muy simplificados, eso sí, en relación con lo que ocurre en la realidad): una persona que haya experimentado deseos sexuales muy promiscuos puede desarrollar una fobia a salir a la calle, precisamente, para evitar el peligro de ‘caer’ en esa tentación con la que no se reconoce; o alguien que siente deseos de agresión hacia un ser querido puede entrar en un bucle obsesivo de repetición de ciertas conductas para evitar que esos deseos accedan a su conciencia. Podemos decir, por tanto, que el síntoma es la expresión de un conflicto psíquico desconocido para quien lo sufre y que se traduce en manifestaciones neuróticas.
Desde luego, los mecanismos de formación de síntomas son muy complejos, y requieren de un trabajo de análisis para llegar a saber sus raíces. Solo de este modo será posible que se disuelvan y que la persona que los padece pueda recuperar su salud y potencia de vivir.
[Extracto del texto que sirvió de apoyo a la charla-coloquio, con el mismo título, del 28 de mayo de 2018 en el Centre Cívic Can Deu de Barcelona]
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